Suicidios de médicos. El coronavirus está matando a millones de personas en el mundo, pero no todas ellas han sido contagiadas y han fallecido a consecuencia de las patologías físicas que provoca.
El suicidio de Lorna Breen, la jefa de urgencias de un hospital de Nueva York, después de haberse recuperado del covid-19 y confesar «no poder soportar ver morir a tanta gente», ha puesto de relieve la fuerte presión emocional y laboral que esta pandemia mundial está causando a muchos profesionales sanitarios.
Recientemente también se conocía que al menos tres médicos rusos se han precipitado desde las ventanas de los edificios hospitalarios donde trabajaban. Dos médicas murieron y uno se encuentra hospitalizado en estado grave con fractura de cráneo.
Aunque parecen suicidios de médicos, la historia de cada uno de ellos, con el denominador común de ser críticos con el sistema sanitario de su país, induce a pensar que sus muertes se puedan deber a una purga.
Sea cual sea la verdad sobre esos casos, lo que está claro es que se trata de un sector que batalla en la primera línea contra una situación muy complicada y que, en muchos casos, les está pasando una grave factura psicológica.
Reproducimos aquí, por su gran interés y relación con la problemática de los suicidios de médicos, un artículo publicado el 14 de mayo de 2020 por Scientific American, la revista de publicación continua más longeva de Estados Unidos, que este año celebra su 175 aniversario. Lo firma Amitha Kalaichandran, una doctora y periodista especializada en salud.
Durante el covid-19, los sanadores también necesitan curación
El suicidio de un médico nos recuerda que la plaga de COVID-19 crea profundas heridas emocionales en los trabajadores de la salud.
Uno de los cuentos más antiguos en la historia de la medicina es la del arquetípico «sanador herido», Quirón. Según la leyenda, Quirón, un centauro inmortal, que enseñó medicina y sirvió como médico, asistió a una reunión organizada por otro centauro llamado Pholus.
Después de una serie de eventos que involucraron a otros centauros peleando por vino, Heracles (también conocido como Hércules), en su intento de intervenir, lanzó accidentalmente una flecha envenenada que impactó en la rodilla de Quirón.
Quirón, siendo inmortal, se vio obligado a soportar un dolor insoportable.
A pesar de su capacidad para curar a otros, Quirón no pudo curarse a sí mismo. Lleno de vergüenza, se retiró a su cueva, aún comprometido a enseñar a sus discípulos.
Finalmente, después de nueve días, su dolor se volvió insoportable y Quirón solicitó que Zeus eliminara su inmortalidad para poder morir. Aunque es un mito, sirve como la primera historia documentada de un suicidio de un médico, aunque asistido, y sugiere que el desafío de curar a nuestros sanadores se remonta a siglos atrás.
El reciente suicidio de Lorna Breen, una consumada y compasiva doctora, investigadora, colega, amiga, hermana e hija, después de prestar servicios al frente de un saturado departamento de emergencias de la ciudad de Nueva York, nos recuerda que la plaga de covid-19 también crea heridas emocionales profundas en los trabajadores de la salud.
Tal y como su padre, Philip Breen, la describió, «ella era como el bombero que corre hacia un edificio en llamas para salvar otra vida sin pensar en la suya propia».
Su muerte no se debió al covid-19; se debió a un sistema y a una cultura de medicina hospitalaria que no la valoraron como a un ser humano más allá de su profesión.
En este momento, el covid-19 es una prueba de estrés que expone las vulnerabilidades de nuestros sistemas financieros, de bienestar social y de atención médica.
Pero también es un catalizador, que da lugar a soluciones novedosas como proporcionar un ingreso básico garantizado, ampliar la elegibilidad para la donación de sangre, reducir la burocracia en los hospitales y alentar las asociaciones entre empresas tecnológicas.
Como tal, también debe ser un catalizador para mejorar la cultura médica, de modo que un día ningún médico se vea obligado a elegir el suicidio como resultado de la incapacidad de hacer frente a una situación o de buscar una cura por sí mismos.
La conciencia de la epidemia de suicidios que afecta a la profesión ha ganado terreno en los últimos cinco años. Los médicos tienen la tasa de suicidios más alta de cualquier profesión: alrededor de 300 médicos mueren cada año en los Estados Unidos (el número medio de estudiantes de una escuela de medicina).
Efectivamente, el suicidio se ha convertido ahora en un riesgo laboral de la profesión. Pero también es el canario en una mina de carbón que sirve como advertencia para un sistema abrumado y poco saludable, que no se preocupa por sus médicos.
Una cosa es dolorosamente clara: el suicidio de los médicos no tiene que ver con la resiliencia. Los médicos, por definición, son resilientes; debemos saltar muchos obstáculos hasta obtener la admisión, atender largos turnos nocturnos a menudo sin comida, agua o sueño, y trabajar un número de horas irracionales, a menudo con un sistema de apoyo inadecuado.
Lamentablemente, el exceso de celo en su capacidad de recuperación individual, con tal de garantizar que el ambiente de trabajo sea saludable, ha hecho caer la responsabilidad del problema sobre los propios médicos, lo cual no es más que culpar a las víctimas.
Si bien el consumo de sustancias y las enfermedades mentales pueden ser factores a tener en cuenta, muchos médicos no tienen un trastorno de salud mental diagnosticado, como la depresión y la ansiedad.
Esto puede deberse, en parte, al estigma en torno a la búsqueda de un diagnóstico formal, pero también sabemos que los síntomas de la depresión dependen enormemente del entorno; la influencia de nuestra situación en nuestras reacciones ha sido entendida por los sociólogos durante décadas.
Mientras que prácticas como el mindfulness ayudan hasta cierto punto, es muy parecido a esperar que un soldado medite mientras se lanzan bombas a su alrededor. La prioridad, en cambio, debe ser llevar a ese soldado a un espacio seguro con un batallón en el que pueda confiar, con el equipo de protección adecuado.
Ubicar a una persona sana, con arrojo, inteligente, empática, en un entorno que no sea propicio para su bienestar, ejercerá presiones adicionales sobre ella y le dará poco espacio para prosperar, o posiblemente incluso para sobrevivir. Las consecuencias pueden ser desastrosas, pero no son sorprendentes.
El problema del suicidio de médicos es tan profundo, y el papel de la cultura es tan primordial, que pontificar sobre soluciones a menudo parece inútil, especialmente porque el problema no es tanto cuáles son las soluciones, sino cómo actualizarlas.
La cultura debe cambiar de arriba hacia abajo, y esto requiere políticas y un compromiso sólidos. Las políticas deben incluir límites en las horas de trabajo, tiempo para el autocuidado y tolerancia cero para la intimidación y el acoso.
También debemos aumentar la seguridad psicológica (definida por la académica de Harvard Amy Edmondson como «un clima en el que las personas se sienten cómodas expresándose y siendo ellas mismas»), un tema que es un problema apremiante durante la pandemia, como con el despido de médicos en Mississippi que mostraron su preocupación por las medidas de seguridad tomadas en los hospitales.
También debemos asegurarnos de que todos los programas de salud de los médicos estén libres de conflictos de intereses, completamente divorciados de los organismos de licencias y accesibles tanto geográficamente como financieramente.
Especialmente durante una crisis, como sabemos por los trabajadores de ayuda humanitaria, el trauma de reingreso es común, por lo que el acceso a estos programas ahora es primordial para compensar el riesgo de sufrir solo. El aislamiento es un caldo de cultivo inseguro para el trauma, la ansiedad y el dolor no procesado.
Más allá de contar la historia de la muerte de Quirón, los antiguos griegos creían que el suicidio se cometía principalmente debido a «humores» defectuosos, el resultado final de la acumulación de bilis negra (melancolía) o bilis amarilla (manía).
La belleza del conocimiento médico es que evoluciona; así también debe hacerlo nuestra comprensión. Debemos aprender lecciones desde tan lejos en el tiempo como la de Quirón hasta la tan reciente de Lorna Breen, para comprender que los factores ambientales importan mucho más que el individuo.
El fallecimiento de Breen durante esta pandemia nos ofrece un momento para reflexionar sobre la mejor manera de usar nuestra indignación y luto, como pacientes y médicos, para finalmente salir de las nubes de ignorancia, ceguera voluntaria e inercia institucional y evitar que se repita la misma tragedia.
Una vez que Quirón murió, dejó dos legados. El primero fue en aquellos a quienes enseñó: como el padre de la medicina, Asclepio, quien a su vez se decía que había enseñado a Hipócrates. Miles de estudiantes de medicina hacen el juramento hipocrático cada año.
El segundo legado, según el poeta Ovidio, fue a través de un regalo de Zeus, que quería asegurarse de que el espíritu de Quirón viviera en el cielo nocturno, por lo que creó la constelación Centaurus, lo que ahora puede verse como una interpretación literal del dicho per aspera ad astra («a través de las dificultades, a las estrellas»).
Luce con más brillo durante el mes de mayo. Este año debería recordarnos a los miles de médicos que se quitaron la vida mientras curaban a otros -algunos durante esta pandemia-, médicos que podrían inspirarnos para finalmente cambiar de dirección.
Y a Breen, como una de esas estrellas brillantes, también podemos prometer honrarla como la heroína que fue, iluminando nuestro camino hacia adelante.
Los suicidios de los médicos, primera causa de mortalidad externa entre estos profesionales
Un estudio pionero elaborado a lo largo de tres años y dado a conocer en octubre de 2019 por el Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos de España revela que los suicidios de médicos son la primera causa de mortalidad externa (no relacionada con enfermedades o muertes naturales) en esta profesión.
Los resultados de este informe son especialmente devastadores para las mujeres, ya que el 45,8% de las profesionales sanitarias que murieron por causa externa fue por suicidio, un porcentaje que se reduce hasta el 37,2% en la población general. Esta tasa en los facultativos varones es del 28,9%, un 1,5% superior que la población general.
El estudio también arroja un dato sorprendente: mientras que en la población general los suicidios se concentran en un rango de edad de 30 a 39 años, en el caso de los galenos se produce entre los 40 y los 59 años.
Entre 2005 y 2014, los años que comprende la investigación, un total de 119 médicos se suicidaron en España, lo que supone un 1,3% sobre el total de óbitos de doctores.
En ese mismo periodo de tiempo el porcentaje de suicidios de la población general fue del 0,8%. En el caso de las féminas, las médicas se quitan voluntariamente la vida un 7,5% más que el resto.
Si te ha gustado leer este artículo sobre los suicidios de médicos, es muy posible que te interese conocer más sobre las causas por las que la gente decide quitarse la vida.